viernes, 10 de enero de 2014

EL MACHO DE MI TÍA

RELATO

               Papá murió hace algunos meses, y en pleno montaje del espectacular velorio, no tuve mejor idea que comerle la polla a uno de los ayudantes de la casa funeraria, en uno de los cuartos de descanso. Antes de horrorizarse, querido lector, debo decir en mi defensa que mi padre hacía años que se había retirado a una casa en el campo llevando una vida que no incluía a nadie de la familia, A Nadie, por lo que mi relación con él era prácticamente inexistente. Por otro lado... el ayudante estaba buenísimo...

               Lo había visto colocando las múltiples coronas que hipócritamente recordaban cuan querido era el difunto, y seguí sus movimiento con la vista en todo momento. Salí a fumar un pitillo y al instante lo tuve tras de mí, lo miré y me sonrió hermosamente, pero debió recordar la situación en que estábamos porque mutó su rostro a una sombría expresión y me dio el pésame.

               - Si quieres descansar un poco puedes ir a una de las salas, son cómodas y te alejan por un rato -dijo seriamente-

               - ¿Me muestras donde?

               - Siguiendo por el corredor...

               - ¿Me muestras dónde? -dije interrumpiéndolo-

               Me condujo por el corredor hasta la puerta final, entré tras él a la pequeña habitación y sin mediar palabras me arrinconó contra la puerta y me plantó un beso. Volvió a sonreír como antes, me rodeó con sus brazos como no queriendo que me escapara, aunque por supuesto, yo en realidad no planeaba hacerlo.

              No lo podía creer, este hombre de unos treinta años, al menos metro noventa de estatura, cuerpo de rugbbier rubio y fuerte, enfundado en un riguroso traje negro me estaba haciendo delirar en pleno velatorio. Busqué con mis manos su tranca que ya estaba dura como roca, la liberé de su prisión para verla en todo su esplendor. El glande rosado brillaba humedecido por líquido preseminal y parecía apuntar directo a mis labios. Me dejé caer de rodillas y él sobre el sillón tras de sí. Junté cada gota de líquido con mi lengua para saborearla mejor, luego engullí la cabeza de esa polla colmándola de mi saliva y la dejé deslizarse dentro de mi boca. Parecía poseído, nunca hasta ese momento una verga me había enloquecido a tal punto, su aroma me embriagaba, sus manos imponían sobre mi cabeza un ritmo casi salvaje y me gustaba, disfrutaba cada centímetro de polla de ese macho rudo escondido tras ese traje negro. Sus embestidas a mi garganta aumentaban mientras que con una de sus manos enormes buscaba mi culo planeando que hacer con él. Pero todo sueño termina, y este lo hizo cuando entró una de mis puritanas primas que con sus gritos dio noticia de lo que ocurría en la apartada salita a toda la concurrencia, en en cuestión de segundos habíamos robado el protagonismo al difunto que a solas quedó a la vez que la pequeña habitación se atestaba con el ayudante, su tremenda verga y yo como centro absoluto del universo.

               Para apaciguar estas agitadas aguas, emprendimos con mi madre una seguidilla de viajes y estadías campestres  tendientes a lograr el olvido, cosa que no ocurrirá, porque en una Familia, los "incidentes" no tienen olvido, a lo sumo discreto silencio, pero nunca olvido. Para Navidad viajamos a Buenos Aires a pasar las fiestas en casa de mi tía Matilde, esperando mi madre que quizás al otro lado del charco, la cosa estuviese más tranquila.

              La historia de mi tía es larga y no me interesa contarla hoy, así que resumiré esa parte dando solo los datos que atañen a lo que verdaderamente deseo narrar.

              Cuando Gerardo, el hermano de papá, se casó con Matilde, fue muy criticado por toda la familia. Se decía que "esta puta argentina solo anda tras la fortuna de Gerardito", y es que el tío era ya bastante mayor, y ella unos cuarenta años menor que él. Matilde estuvo a su lado hasta que Gerardo murió ya con los noventa bien cumplidos, así que en todo ese tiempo ella se ganó la confianza y simpatía de todos, pasando a ser la Tía Matilde, ya nunca más la puta argentina. Todo esto me lo han contado, porque yo casi no conocí al tío Gerardo, mi propio padre también se casó en terceras nupcias con mamá, treinta años menor que él, y de ahí nací yo, el Benjamín de esta familia bastante anciana.

                La tía, para no dejar de lado las tradiciones familiares, tras un luto de unos cinco años se casó con un joven de veintitantos, un macho argentino del que siempre se dijo que trabaja para pagar sus propios gastos como Dios manda (suerte que Dios no le mandó mantener a su mujer, porque jamás podría un pobretón con las extravagancias de tía Matilde). No volví a verlos desde que se casaron, hacía ya trece años, cuando yo apenas tenía siete, así que me hacía mucha ilusión la visita a Buenos Aires, después de todo... la tía era ya toda una leyenda para nosotros en España (Quizá algún día yo mismo lo sea).

              Apenas llegados a Buenos Aires nos instalamos en un hotel, pese a la insistencia de la tía que prefería nos quedásemos en su casa, y al día siguiente fuimos a visitarla a su coqueto piso en la aristocrática Avenida del libertador. Estaba sola, "Luisito" en el trabajo, pero ya se había pedido una licencia para poder pasar más tiempo juntos (por cierto, yo no tenía idea en que trabajaría este, supuse que en nada). Mamá y la tía quedaron charlando animadamente y yo me fui a caminar por la ciudad, la encontré muy bonita y familiar, por algo dicen de ella que es "la más europea de las Capitales latinoamericanas". El calor es agobiante en estas fechas en Buenos Aires, y pronto encontré refugio en un pequeño centro comercial con los acondicionadores de aire trabajando a pleno. Todo tiene sus ventajas y desventajas, ahora el frío hacía que casi no lograra contener una creciente urgencia por encontrar un baño, que resultó estar en un subsuelo. ¡Qué alivio resultó! pude descargar con furia en el mingitorio. Al observar mejor pude notar que el ambiente era un tanto extraño, los sitiales permanecían ocupados más tiempo del necesario y un señor se paseaba hasta la puerta y volvía, pero no parecía urgido por mear, sino más bien por mirar. Mi vecino comenzó a ver descaradamente mi pene, y terminé entendiendo que estaba en una de las famosas "teteras" porteñas donde los hombres se juntan a satisfacer curiosidades y deseos. El hombre a mi derecha debía tener algo más de cuarenta años y el de mi izquierda tal vez treinta. Cuando mi polla comenzó a tomar tamaño el cuarentón me miró como pidiendo permiso, me puse un poco de lado y tomó mi verga con toda confianza. El de la izquierda miraba ,y yo, al ver su pija hermosa la comencé a tocar y masturbar, el hombre que se paseaba parecía querer ver también, y me giré más aún para que pudiese hacerlo, se notaba el placer en su rostro, se tocaba sobre el pantalón y continuamente se acercaba a la puerta para avisar si alguien venía, y cuando esto ocurría, cada uno tomaba su pose hasta que el intruso se fuese. La situación era extraña para mí, en España también pasan cosas en los baños, pero no se comparaba a esto, éramos al menos siete que nos tocábamos excitándonos unos a otros con movimientos masturbatorios. El cuarentón se inclinó y tragó de un solo bocado toda mi polla, el hombre a mi izquierda agradecía mis caricias en su miembro erecto dándome toques con su lengua sobre mi cuello. Al ver la cara suplicante del que se paseaba hasta la puerta, deslicé mis bermudas dejando mis nalgas expuestas y él pidió el relevo a otro para que vigilase y se acercó con prisa, sin sacarla del pantalón me apoyaba la polla con desesperación, sentía la presión de esa verga que las telas apenas contenían. Por un momento tuve la sensación de que todo se iría de mi control, pero en realidad nunca lo tuve, sucedía lo que cada uno permitía que sucediese. El que ahora custodiaba la entrada gesticuló nervioso y cada quien tomó su puesto. Quien entraba era un policía, en un instante el baño quedó desierto, para no ser tan obvio fingí que aún meaba. El policía se refrescaba mojándose el pelo y el cuello. Me acerqué a los lavabos y para disimular, hice un comentario absurdo sobre el calor.  "sí, es cierto" respondió sonriendo el policía ante mi decir, que yo ya ni recordaba.

               - ¿Cómo soportáis esos uniformes con tanto calor?
               - No queda otra...  -respondió- y eso que no llevo chaleco, con chaleco es inaguantable.

              Mojó un poco más su cuello, y por hacer más tiempo hice lo mismo. Se puso de lado frente al espejo como quien mira si le queda bien lo que lleva puesto.

               - Perdón pero... ¿es delito aquí decir a un policía que el uniforme le sienta muy bien? -pregunté-

               - No pibe, no pasa nada -dijo sonriendo-




               El policía salió del baño y yo no supe como interpretar lo sucedido, nadie más quedaba. Entró personal de limpieza, por lo que dejé de divagar y salí también. Podía ver a cierta distancia al poli, subía por una escalera mecánica, lo seguí. El hombre debía estar cerca de los cuarenta, moreno de buen porte, algo de barriga que se me antojaba le quedaba muy bien, y ese uniforme... me quedé perdido en mirarlo, verdaderamente era un deleite, marcaba un paquete fenomenal y un culo maravilloso. Siguió hasta el tercer nivel, y para mi sorpresa, fue al baño... Entré también, desde un cubículo me hizo señas para que entrara y lo hice.

               - ¿Eres casado?

               - Algo así... -dijo- ¿Y vos?

               - Algo así -respondí mintiendo-

               - ¿Qué te gusta?

               - Los machos -dije sin dudar, y él con una mano enorme sobre mi nuca me besó haciéndome sentir su lengua que hurgaba en mi boca, como penetrándome con ella-

                Sacó su miembro viril que quizá no era tan grande, pero sí bastante grueso. Bajó mis bermudas y tras escupir en su mano, introdujo uno de sus gruesos dedos en mi ojete mientras con el resto jugaba en la raja. Me sentía doblemente penetrado, por su lengua en mi boca y por sus dedos, que se sumaban al primero, en mi ano. Lo fui masturbando con fuerza hasta que su blanca humedad se disparó directo sobre mí manchando mis ropas. Profundizó su beso y lo cortó en un instante, me dio un nuevo y breve beso y se fue simplemente diciendo:

               - Chau pibe.

               Me quedé en el baño intentando secar el semen con papel sanitario. La situación era extraña, pero me gustaba. Reduje la mancha lo más que pude, la acerqué a mi rostro, íntimamente creo que no me preocupaba oler a semen, todo lo contrario, quería que el aroma a macho perdurara. Luego salí. Busqué por todos lados pero ya no lo encontré. Volví a casa de la Tía Matilde excitadísimo, temiendo no poder disimular. Pero al entrar, casi me desmayo, me puse de una palidez extrema, ¿cómo pudo el poli saber donde encontrarme? ¿habría alguna consecuencia legal? Temía por mi inexperiencia, ¡Qué puedo yo saber que ocurre con la ley en este país! Todo el miedo que no había tenido antes, lo tuve junto en un instante. La tía advirtió mi malestar y me socorrió con prisa, cuando me tranquilicé me presentó a Luis, su macho, que extendió su mano con firmeza en un saludo casi formal, yo lo miraba si saber que hacer.

              - ¿Estás bien pibe? Creo que estás muy flaquito y el calor te pegó re mal, Matilde ¿si le damos un poco de lechita a este nene? -dijo Luis, el poli, con toda naturalidad-

              -Puede ser... Tranquilo Benjamín, ahora te hago preparar una buena chocolatada -continuó la tía-

             Para la hora de la cena ya los mareos y malestares habían pasado. Mamá había quedado en visitar a una vieja amiga (no sabía que las tuviese en Argentina... ), y la tía insistió en que sería mejor que me quedase en su casa en vez de ir al hotel, por las dudas. Terminé la cena y me fui a dormir.

            Debía ser bastante más de la medianoche cuando me desperté, fui a la cocina en busca de algo de leche. Desde el estar se oía el sonido del televisor, me acerqué y allí estaba el macho de mi tía, sentado en el sofá con esas piernas robustas muy abiertas y los brazos extendidos sobre el respaldo abarcando casi la totalidad del sillón, y para mi deleite quedaba su bulto en un primer plano dentro de un ajustado slip blanco. Me quedé viéndolo un rato, comenzó a sobarse lentamente hasta que dijo: "Podés venir, no muerdo... aunque me gusta". Me senté a su lado, él no movió sus brazos, con lo que casi me abrazaba, podía sentirlo rozando mi espalda. Sentí el aroma seductor de su piel recién duchada, su pecho tenía abundante vello negro, sus piernas también lo tenían. Él miraba televisión y se sobaba, y yo, lo miraba embelesado  a él. Me animé a tocar su pecho, sus pectorales firmes, sus brazos anchos. Descubrí a la tenue luz que sus ojos tenían unos destellos verdosos. Su corto cabello negro brillaba como la noche. Y aquel macho seguía con la mirada clavada en el televisor, yo, aún no me enteraba que programa veía. Apoyé mi cabeza en su hombro y acariciaba su pecho suavemente, me sentía como un gatito suplicando cariño. Pronto se asomó la tía, creo que ni me vio, llamaba en voz muy baja a Luis y se perdió nuevamente en la oscuridad del corredor.

            -Pibe, seguí viendo si querés, después lo apagás y a la camita.

            Miré televisión unos instantes, emitían un documental sobre las tortugas de las Islas Galápagos, que muy poco me interesó. Apagué y me adentré en la oscuridad del corredor procurando no hacer ruido. La puerta de la tía estaba apenas entreabierta, con sigilo llegué hasta ella para enterarme de cuanto sucedía. La tía estaba en cuatro patas sobre su amplia cama con dosel (por un instante volvieron a mi mente las tortugas de las Galápagos), y el macho con los pies firmes sobre el piso le daba sus estocadas desde atrás, mientras la sujetaba por las caderas con sus manazas atrayéndola   hacia su pelvis a la vez que embestía. Las carnes fofas de la tía temblaban ante cada movimiento de su macho, en realidad no tanto, es la envidia quien habla. La tía tenía las carnes más firmes que muchas mujeres con la mitad de su edad, y la verdad poco me detuve en ver sus carnes, me hallaba abstraído con esa espalda enorme que se me presentaba terminando en un culo firme tapizado de suaves vellos negros. Como hubiera querido que fuesen mías las carnes que temblaban con cada estocada, mío el culo que golpeteaba sonoramente al colisionar contra esa pelvis varonil con aquel ritmo impuesto por este macho que tanto estaba deseando. Cómo hubiera querido estar en ese lugar, entre esas mano hábiles que tan bien sabías hacer, ensartado por asa polla gruesa y dura. Pero estaba a tan solo unos metros viendo, con deseo, con envidia, con lujuria creciente, pero solo viendo.

           Desde mi rincón, tras la hendija de la puerta, comencé a tocarme sintiendo la humedad que ya manaba de mi miembro viril. Y Luis, que parecía estar siempre un paso adelante de mis propios pensamientos, giró la mirada hacia la puerta. Tuve el impulso de retirarme, pero no lo hice, permanecí mirando, y él me sostuvo la vista. Un goce perverso podía entreverse en su mirar. Aceleró el ritmo logrando que los pequeños quejidillos de la tía se tornaran salvajes gemidos cada vez más audibles, llegando a la estridencia. El macho sacó su polla colocándose levemente de lado, para que yo pidiese verlo escupir semen en abundancia por doquier, sin dejar de sostenerme la mirada. Tampoco pude contenerme y eyaculé profusamente intentando que nada cayera sobre la alfombra del corredor. Miré mis manos llenas de semen, y en un acto comandado por la ira, embadurné la alfombra con la leche que tanto quise contener. Me fui a la cama con una sensación extraña, sin poder conciliar el sueño y una sola cosa en mente: mi codicia por el Macho de mi tía.

             Desperté a la mañana siguiente como después de una borrachera, las sábanas estrangulaban mi cuerpo envolviéndolo raramente. No encontraba mi boxer por ningún lado, la cabeza me deba vueltas y la luz que entraba por el ventanal me cegaba. Al correr las cortinas, y ver hacia abajo desde la altura del piso veinticinco, me dio un vértigo de muerte. Salí de la habitación desnudo rascándome la cabeza de pelos enmarañados, como si hubiese olvidado que estaba en casa de mi tía. En la cocina volví a la realidad con un sobresalto al ver a Luis en pelotas tomando leche directamente del envase frente a la puerta abierta de la heladera.

             - ¿Te despertaste pibe?

             Tuve la absurda reacción de llevar las manos a cubrir mi entrepierna.

            - Tranqui Benja que tu tía no está, se fue al salón de belleza y le va a tomar varias horas.

            - No me di cuenta que he salido desnudo de la habitación -dije sonrojado-

            - Sí, yo también -respondió sonriendo a la vez que daba otro sorbo y luego extendió el envase hacia mí-

            Bebí directamente, como lo hiciera él, pero la leche se escurrió por la comisura de mis labios, por lo que debí dejar de beber, y apartando el envase con un gesto de vergüenza, se lo devolví enrojeciendo más aún.

             - Es que te gusta demasiado -comentó sonriente-

             - Me temo que así es -acoté limpiándome con el dorso de la mano-

             Guardó la leche en la heladera y cerró la puerta de un rodillazo, muy a lo macho, me guiñó un ojo y salió de la cocina. Quedé pensativo unos instantes, y me fui a duchar, pero por impulso no me vestí. Caminando en pelotas por el corredor, me encontré con la puerta abierta de la habitación de la tía, y dentro sentado en un sillón, aún desnudo, al macho de mis desvelos.

              Entré, me seguía él con la mirada sin moverse del sillón. Me subí a la cama todavía con las sábanas enmarañadas y tomé la posición en que había visto a la tía, moviéndome de atrás hacia adelante y contoneando un tanto las caderas con el culo apuntando hacia el macho. Pronto se levantó y llegó hasta mí. Tomó mis caderas con sus manos y hundió su rostro en mi raja. Su lengua me penetraba tan profundo como lo hiciera el día anterior en mi boca. Creí desfallecer, el placer me inundaba con oleadas que recorrían mi vientre. Llenó de saliva la raja y el ano. Quise separar un poco más las piernas esperando la primera estocada, pero me lo impidió rodeándolas con un brazo a la vez que en un rápido movimiento me giró sobre mí mismo, quedando yo boca arriba en la cama. En su rostro no había la habitual sonrisa, sino un lujurioso mirar que me ponía a tope. Me arrastró sobre la cama haciéndose lugar. Puso mis piernas sobre sus hombros y se acercó a besarme, con un beso apasionado, bastante animal, mientras yo comencé un movimiento con mi vientre indicándole la urgencia de que me poseyera. Pero él tenía la voz cantante y se detuvo en mi boca y mi cuello cuanto quiso. Cuando ya casi desesperado, creí que no podía aguantar más sin ser penetrado por este macho, introdujo de improviso la cabeza de su tranca en mi culo lubricado por su abundante saliva. Y yo que había juzgado que su pene no era demasiado grande... Casi estallé en un grito que fue gemido intenso, Luis sonrió y penetró un poco más. Cerré los ojos un instante y me amoldé gratamente al grosor de su verga, abrirlos nuevamente fue ver su rostro de macho consciente de su poder, y al notar que ya mi culo estaba habituado, me tomó por los hombros y la introdujo por completo. No podía más que derretirme en la pasión que me colmaba, el deseo aumentaba y la envidia se esfumaba, el macho ya era mío, aunque lo supiese compartido, era mío. Sentía el peso de su cuerpo en mis piernas plegadas sobre mi pecho, y él bombeaba profundamente. Creí que acabaría, pero quitó de mi su pene y me tumbó boca abajo. Volvió su lengua a mi raja que saboreaba con placer jugando con su lengua experta, y volvió a ponérmela, esta vez de una sola estocada que me hizo delirar. Impuso ritmo a sus embestidas con aquel sonoro golpeteo entre culo y pelvis que tanto deseé, llevándome al punto máximo del éxtasis. Mi eyaculación quedó esparcida en las sábanas de la tía, Luis se retiró de mí y me indicó que se la mamara. Cómo había menospreciado el tamaño cuando la vi la primera vez... casi no entraba en mi boca. Succioné goloso hasta que se vino llenando mi garganta de espeso semen, del que no derramé ni un poco. "El problema era el envase... " -dijo Luis sonriendo.

               Nos tendimos en la cama, él desparramado cuan grande era abarcándola en gran medida, y yo, muy pegado a él apoyado sobre su pecho velludo acariciándolo interminablemente. Luis jugaba con sus dedos en mis cabellos y me daba de tanto en tanto un tierno beso en la cabeza. Se parecía a la gloria, no hubiera sabido pedir más.

               Llegó el sonido lejano de alguien entrando a la casa, di un salto queriendo escapar, pero me retuvo a la vez que dijo:

               - Tranqui pibe, es alguna de las mucamas que llegan a estas horas, pero saben que no deben pasar a las habitaciones hasta después del mediodía. Pero si te sentís mejor, andá nomás.

               - Vale -agregué al momento que me incorporaba, Luis se levantó tras de mí y me rodeó con sus brazos por detrás dándome besos en el cuello. Giré mi rostro y recibí un gran beso en la boca, luego me soltó y despidió dándome una palmadita en la cola. Con sigilo pero raudamente, fui a mi habitación y me vestí sintiéndome mejor que nunca.

                 La tía entretenía a mamá, salían diariamente de paseo y compras. En tanto había pedido a Luis: "Aprovechá tu licencia y sacalo al Benja a conocer Buenos aires, mantenémelo contento al nene" parecía no notar que ya tenía los veinte años cumplidos, para ella era "el nene" y para él, "el pibe", ya sé que os habéis dado cuenta...

                La pasábamos en grande, por los bosques de Palermo, el jardín japonés, por cuanto museo quise ver, y lo mejor de todo es que lo tenía para mí, entrgadito por la propia tía. Nos dejábamos el tiempo suficiente para pasar los momentos más apasionados en hoteles baratos, otros no lo eran tanto, en algún que otro rincón de los innumerables barrios porteños,  en un parque que creo se llamaba Plaza Armenia... o Pakistán, no recuerdo la verdad, pero sí recuerdo cada segundo vivido allí. Incluso por supuesto también follábamos salvajemente en el piso de la tía.

               Me las había arreglado para quedarme en casa de tía Matilde, mientras que mamá seguía en el hotel feliz de que fraternizara tanto, al menos, con esa parte de la familia.

               Como sabemos, la dicha nunca será eterna, y llegó el día en que Tía Matilde volvió antes de lo previsto y me encontró siendo taladrado por su macho en plena sala. Se detuvo unos segundo, perpleja, con la puerta (y la boca) abierta, y nuestro acto desenfrenado se detuvo también. Dejó en el suelo los paquetes que traía consigo, cerró nuevamente la puerta y no supimos de ella hasta la hora en que normalmente volvía. durante ese tiempo no respondía las llamadas, y yo tenía la certeza de que estaría contándole todo a mamá. Supe, porque me lo dijo Luis cuando me  llamó al móvil avisando que la tía había regresado, que los paquetes eran regalos del día de reyes. Tras ser encontrados, yo me fui inmediatamente también, lo habíamos echado todo a perder. Di unas vueltas con aires de nostalgia por lugares visitados con Luis, pero tenía más susto que nostalgia. Finalmente fui al hotel, Tía Matilde no había estado por allá. Rogué a mi madre que volviéramos a España, que tenía suficiente por esta visita y sin dar explicaciones me negué a despedirme de "los tíos". Mamá fue a despedirse de Tía Matilde y volvió cargada de regalos, solo dijo que me enviaba recuerdos. No hubo palabra alguna del incidente, o al menos nada dijo mamá.

                Me encuentro ya de regreso en España, donde reina el discreto silencio sobre el incidente del velorio. Todo cuanto llevo puesto hoy, ha sido regalo de la tía, me siento fatal. Luego del mediodía fui al baño en un centro comercial de Madrid, mientras meaba, un joven a mi derecha veía mi pene descaradamente "debe ser argentino"  -pensé-. Miré el suyo, no estaba nada mal, empezaba a ponérsele ya tiesa. Lo vi a la cara y sonriendo, aunque triste, le dije:

                 - No gracias, pibe

                 - Pues por nada chaval -respondió con acento madrileño- No estés tan triste, ve a buscarle.

                 Cómo decirle que no podía, di las gracias y salí sintiendo que las lágrimas brotaban ya. Una vez en casa, mamá me sorprendió diciendo:

                   - No sé que haz hecho en Buenos Aires, pero parece que causaste una muy buena impresión. Llamó Tía Matilde, llegan mañana con Luis a pasar una temporada con nosotros, dicen que no pueden esperar otros trece años para volver a verte.


2 comentarios:

  1. Q delicia de relato con vellos incluidos!!

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  2. Me alegra que te gustara Semental. Sí, al parecer es de los tuyos, peludito y bien machote.

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